viernes, 19 de febrero de 2010

INSULARIDAD, un rasgo de identidad

Este es un debate permanente en las islas, nuestra condición atlántica.  
El Océano Atlántico, para los antiguos es una noción primordial. Pues en él estaba tanto la fuente de la inmortalidad como la ambrosia, que permitía escapar de las miserias humanas, y era a la vez, el río circular que rodeaba la tierra habitada y constituía su frontera. El mito de la existencia de las Islas Canarias (islas escatológicas, volcánicas, flotantes, fantasmas, paradisíacas), sin olvidar otros calificativos como “islas Afortunadas, “Hespérides”,” Campo Elíseos”, siguen vigentes en muchos momentos de su historia. Canarias han forjado un conjunto de elementos propios y específicos.
Sostengo para mi, la condición de insular en mi imaginario cultural. Hay que admitir que la existencia de la isla, la demarcación física al lado de África, la relación con el mar, la altura de nuestras montañas, el modo del paisaje, pesan sobre mis sensibilidades. Sé que también existe una herencia dada, que está ahí, que viene de la península ibérica, y que tiene que ver con la historia y con el idioma. Idea ésta que, en un mundo como el de hoy, se prolonga al conjunto de los países del universo, a través de múltiples mecanismos instantáneos de filtración cultural, en un universo donde la información esta globalizada.
El vivir en una isla,  con su natural aislamiento, la convivencia con el mar, nuestro modo de apreciar la intimidad, son al fin y al cabo, las formas propias, que fluyen y animan a un hombre que vive en una isla. Al final, somos personas determinadas, que nos parecemos entre sí, y que rebasamos nuestro encuadramiento cultural y físico haciéndonos una existencia a la altura de  nuestros propios deseos y sentimientos, que nos aseguren nuestra independencia en el pensamiento.
                                               El que sale hacia ninguna
parte va sagradamente.
Recorrerá una por una
cada cifra de la luz, siente
acercarse cada paso
a lo innombrable, acaso
el número se destruya
al final, ya convencido
cuando la tierra sea suya
hecho locura dormido.
                                              Manuel Padorno, El pasajero
Revisando mi caudal de conocimientos, desde la ideología militante, con la aportación del marxismo, con los estudios de la sociología y la historia de los movimientos sociales, con la posterior revisión del marxismo histórico, mediante la lectura de Gramsci, o Althusser, pasando por toda la literatura universal, me doy cuenta, que los influjos exteriores forman parte de mi imaginario cultural y social.
Las formas del lenguaje, el verso, la prosa, la música, la pintura, las figuras sentimentales del mundo, las filosofías imperantes, han podido con nuestra conformación cultural, por encima del afincamiento geográfico en esta isla. El hombre o la mujer no se hacen así como así.
Se nace en una situación, en un lugar, en un tiempo, en una célula familiar. Luego ocurre que, el ser, es una conquista, y hasta ese momento en que llega a participar de la realidad, la conciencia ha de desplegarse dentro de una amplia y dialéctica realidad.
Reconozco al final, que viviendo dentro del paraíso que implica ser isla, donde nos permitimos el lujo de hacer todas las preguntas posibles, en lugar de contestarlas, la vida,  se siente menos amenazada.
Distante de los grandes centros de difusión, con frecuencia ignorada por ellos, la insularidad canaria ha forjado unas características culturales que las han situado en los márgenes, en las afueras, de la cultura universal, de la que forma parte. El mito de la insularidad, ideado para Cuba por Lezama Lima  (“Lo epifánico parece estar en el madreporario de las islas, que han de ser redescubiertas por una exigencia de la imagen”), como una insondable respuesta a un complejo y entrecruzado signo cultural y antropológico, ha sido asimilado en Canarias, como un modo de acceder al sentido de la condición atlántica, un reconocimiento o una vía a su insularidad.
No hay una, sino muchas tradiciones culturales. Desde tan sencilla verdad, insularidad y universalidad representan constantes históricas de una cultura conocedora de su peculiar ubicación geográfica.
Gaviero